A la sombra del granado

«Lo sé, pero este es el pasado que yo deseo recordar»   Zuhayr bin Aumar. A la sombra del granado.

Fue durante la época de la crecida. Desde cualquier cerro veíamos contingentes de personas con sus enseres cargados en carros tirados por mulas. Venían algunos desde el sur, desde las Al-Pujarras; la tierra de los pastos en la que los campesinos pastoreaban; otros habían cruzado el estrecho e incluso los había que venían del norte atravesando encinares, pero lo más destacado de aquel invierno fue que prácticamente toda la población de Medina Elvira emigró a  Garnata. Un cambio de capital siempre implicaba grandes movimientos migratorios y esta decisión de los ziríes no iba a ser menos.

Fijamos el encuentro en la festividad de Santa Apolonia y fuimos llegando en busca de amparo ante el frío de febrero. Ni pudimos ni quisimos reprimir la alegría de volver a ver a aquellos viejos amigos. Como dijeron otros «estos no eran valientes, no eran poderosos, no eran los mejores; eran solamente únicos». En Granada debíamos ayudar a uno de ellos en la difícil tarea de encontrar y vencer al último lestrigón y el laberíntico enclave debía ser medio y fin. Nosotros seríamos su sangre.

Y empezó la batalla en la ladera sur del cerro de la Sabika, tan cerca de la roja Al-hambra que los ocho tuvimos que emplear todas nuestras fuerzas para no sucumbir al temprano ataque de los Abencerrajes, aquellos nobles nazaríes que por mantener a raya a los invasores serían capaces de entregarse a las llamas del vacío. En verdad que empezó fuerte el envite y resultó difícil encontrar un lugar esquivando golpes de mocábares, capiteles y versos coránicos. A media mañana los leones fueron nuestros acompañantes de lujo mientras contemplábamos como Muley-Hacén (Mulhacén),  aquel que reina en Sierra Nevada,  hiciera correr la sangre de los abencerrajes mientras huiamos de los palacios ante el temor de convertir en propia piedra y estuco las escasas palabras que podíamos compartir. La puerta de la justicia hizo honor a su nombre y pudimos encontrarnos de nuevo.

El tropiezo con la visión más silenciosa era cuestión de tiempo. Desde allí mismo veíamos como los antiguos habitantes de Baeza iban ocupando aquel monte que llamarían Al-baicín y que abrazaría el Sacromonte mucho antes de que los mudéjares decidieran que aunque sus cuerpos se extinguieran del lugar, nadie nunca jamás conseguiría expulsarlos de allí. Yo los veía, todos los vimos, todos caminamos entre cármenes y acequias cantando aromas de despedida.

Tuvimos que descansar pero dos de nosotros quedaron rezagados y hubo que esperarlos. Cuando se nos unieron de nuevo nos contaron que había una comitiva enorme del norte entrando en la ciudad pero nada tenían que ver sus habitantes. Venían armados y nada amistosos. Más tarde supe que aunque hacía ya más de un mes que Fernando e Isabel la habían tomado, la ciudad todavía respiraba bajo el sol del desierto y seguía bañada en agua de oasis. ¿Cómo era posible levantar allí mismo la primera catedral renacentista de este naciente país? ¿la última gótica o la primera renacentista? En fin, como diría el gran Julito Zanzíbar «eso me importa una buena mierda».

– ¡Debemos reposar! Habremos de recuperar fuerzas,  no hemos llegado ni a mitad del recorrido – nos decíamos unos a otros.

El descanso fue largo y merecido pero a media tarde quisimos velar las armas en Puerta Elvira en honor a la que siempre está pero nunca se muestra. Yo sé que la baraka de Alá está en vuestros corazones; yo los siento míos porque vosotros estais en mí, por eso existe solo lo que es, por eso es solo lo que existe.

El Sol se iba escondiendo pero seguíamos buscando al lestrigón; aún no había aparecido. Nos atacaban por todas partes, apunto estuvo uno de nosotros de caer en las aguas de los que querían vernos perecer, pero sacando fuerzas de flaqueza pudimos resistir el último arrebato de los malos augurios. Era tarde y yo sabía que las tentaciones y las obligaciones eran tantas que después de todo el día combatiendo era difícil que el grupo permaneciera unido. Dos de nosotros se perdieron. Debían luchar contra el minotauro y cuales Teseos desplegando sus fuerzas consiguieron abatirlo en un despliegue de maestría y destreza. Mientras tanto el resto estuvo a punto de claudicar al son del deleite. Aquellas cuestas llanas nos hacían caminar forzando el motor emocional a muchas más revoluciones por minuto de las que nuestro ajado corazón podía funcionar. Pero entonces aparecieron. ¡Son los duendes! – gritó uno de nosotros- Eran ellos, habían decidido aparecer en mitad de la noche en el mismo Paseo de los Tristes, aquel camino paralelo al Darro por el que desfilaran los cortejos fúnebres. ¡Crucemos el puente del Cadí y entremos en la cueva! Debíamos refugiarnos de los demonios y jugar con los duendes. No podíamos creer lo que vimos al entrar en aquella gruta encantada. Al adentrarnos en el aroma del té, sentado en un rincón estaba Washington Irving escribiendo sobre nosotros mientras Alonso Cano dibujaba algo en un folio oscuro. ¿Esto es de verdad amigos? Claro que sí – alegó uno de nosotros- Definitivamente es una ciudad mágica. No hay más.  De hecho esto es lo único real de todo el viejo cuento de la supervivencia. Se unieron a nosotros los vencedores del minotauro y los ritos báquicos comenzaron su curso ya con todos los integrantes. Fue entonces cuando todo adquirió sentido, cuando no hizo falta buscarlo porque Él se manifestaba solo, simplemente nos usaba como medio de expresión: «Conocer el mundo por el padre, vivir el arte por amor al arte, preguntarse para todo para qué, desear la Buena Muerte desde el mismo puente del Cadí, la Calle Espinosa y yacer en el Darro, aquel en el que solo reman los suspiros,  llorar por vosotros y hacer nuestro el llanto de Boabdil por Granada«. ¡Qué gran verdad era aquella que decía que toda la historia del pensamiento y de la filosofía se resumía en el verso de Federico «En los olivaritos niña te espero con un jarro de vino y un pan casero».

Allí fue y así es. Vencimos al lestrigón y lo único que hubo que hacer fue Ser y Estar. No hacía falta nada más, porque cuando se comparte lo intangible, aquello que Es y Existe toma forma y la victoria es segura. No hubo necesidad de intentar ser lo que no se es ni de retar a la naturaleza. Fue así porque así es. Y de esa manera nadie pudo ni podría con nosotros.

Paseo de los Tristes

Paseo de los Tristes

12 pensamientos en “A la sombra del granado

  1. legchuck dice:

    ERES UN MAKINA

  2. Anónimo dice:

    Espectacular. Orgullo es lo que se siente al leerte 🙂

  3. Una buena recreación histórico-literaria. E incluso filosófica.

  4. Anónimo dice:

    PRECIOSA TU PROSA HISTORICA-LITERARIA, UNICA, BELLISIMA.-…Juanito

  5. Anónimo dice:

    !!!!!! realmente genial !!!!!…..tu mente es un tesoro muchacho….TRINI

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