Archivos Mensuales: agosto 2013

Ojalá estuvieras aquí

«Alcanzaste el secreto demasiado pronto. Lloraste por la luna» –  Shine on you crazy diamond.

Desde la época de estudio en aquel conservador y tradicional instituto de Cambridge, tanto Roger como Syd sabían que iniciarían sus estudios de Arte y Arquitectura en Londres.  La capital británica era una ciudad inmersa en un proceso de vertiginiosa mutación por aquellos años. Aunque estaban muy ilusionados con lo que el futuro podía ofrecerles también es cierto que era una época muy convulsa y llena de vías alternativas. Eran postadolescentes repletos de ilusión en un momento en el que la innovación y  la creatividad artística parecían brotar y fluir con la misma facilidad con la que unos dedos neófitos colocaban su primer acorde en el mastil de una guitarra.

Se aburrieron pronto de la Universidad al tiempo que junto a otros dos amigos, Rick y Nick, comenzaron a tocar y ensayar como locos en lo que eran creaciones híbridas entre tradicionales canciones pop, obras de sonoridades complejas y estructuras clásicas de blues. Durante aquellos años era Syd el que marcaba la pauta, era el líder carismático, guapo, creador y excéntrico.  Tocaban por locales y garitos de segunda dentro del ámbito que posteriormente denominaríamos undergound.

Fichados por una multinacional consiguieron grabar un disco que titularon con el pretencioso nombre de:  «El flautista a las puertas del amanecer». Syd firmaba todas las canciones, las cantaba y las protagonizaba escénicamente. Tanto Roger, Nick y Rick estaban encantados en sus papeles de gregarios musicales. Pero eran años en los que las experiencias lisérgicas podían tanto abrir puertas desconocidas o resucitar fantasmas de vidas anteriores. El ansia por conocer lo desconocido se esclavizó al sueño de la razón que produciría los monstruos de Syd, que poco a poco vio como sus compañeros empezaron a ver en él a un ser extraño y lo que antes era un bohemio excéntrico fue adoptando formas propias de locura esquizoide. Syd se caía al suelo durante las actuaciones, olvidaba los acordes, no acudía a los ensayos y sus supuestas nuevas creaciones eran tan absurdas como cuatro niños gritando por un altavoz.

La situación se había vuelto insufrible e insoportable cuando Roger decidió contactar con su antíguo amigo David, gran guitarrista que a la postre había enseñado a tocar a Syd. Roger propuso a David sustituir a Syd durante las actuaciones en directo. Syd acudiría a los bolos para hacer la estatua y David tocaría las partes de guitarra que Syd no podía tocar. Así cerraron el trato y se mantuvieron durante una época en que la locura de Syd fue en aumento y su aportación a la banda no solo era nula sino destructiva. Roger y David, cada vez más cómplices, se entristecían cada vez que debían compartir escena con un Syd que a sus apenas veintidos años se había convertido en un ser completamente ajeno al brillante compañero y poeta del rock que había sido en sus primeros años. Era ahora una mente desquiciada y demente que escribía en su propia ropa,  cuyas manos temblaban al acercarse a alguien desconocido y con la mirada y la mente atrapadas en sus propios sueños psicotrópicos.

Aquella noche de 1968 la furgoneta que llevaba a Roger, David, Nick y Rick hacia la sala de conciertos en la que debían actuar tenía que pasar de camino por la casa de Syd para recogerlo. Justo antes de entrar en la carretera de Southampton, a escasos metros de la casa Roger dijo al conductor que pasara de largo y siguiera camino a la sala. Aquella noche la historia del grupo cambiaría para siempre y el fluido rosa de su obra alcanzaría cotas no imaginadas jamás ni por ellos mismos.

Pink Floyd, el fluido rosa, grabarían siete discos ascendiendo cada vez más en la escala del éxito y del reconocimiento. Su octavo disco, grabado en la cara oscura de la luna,  los llevaría al status totémico mundial que solo podían disfrutar los Beatles, Dylan y los Stones. Cuando Roger tomó las riendas del grupo y David aportó la cohesión y el sonido, el grupo se convirtió en un gigante del rock progresivo o del también llamado  «blues cósmico floydiano». Tras estos años imperiales en los que la fama y el dinero parecían cegar por completo a los componentes de la banda Roger y David se sentaron para componer nuevos temas de lo que sería su noveno álbum. No se sentían seducidos por la alta sociedad,  por los críticos aduladores ni por las fortunas que aglutinaban. Ambos pensaron en Syd; en aquel viejo pero joven camarada de viaje que se quedó varado en la carretera a causa de su locura y que ingresaría en el manicomio pocos meses después de que no lo recogieran para tocar en aquella sala de segunda. El álbum, desde la portada hasta el último crédito era para Syd. Sería un homenaje a su antíguo amigo, compañero, diamante loco y genio creador que era Syd Barret y se llamaría simplemente «Wish you were here»  (Ojalá estuvieras aquí»). Desde la portada hasta el último crédito. El álbum era para Syd.

Tras la grabación de la monumental «Shine on you crazy diamond» (Brilla, diamante loco), en la que Roger cantaba a su viejo amigo que «recuerdo cuando eras joven, brillabas como el sol», comenzaron a grabar la balada de daba nombre al disco, que cantaría David y que a su vez se convertiría en una de las más bellas canciones jamás escritas. En ese momento en el estudio, los cuatro componentes vieron entrar a una persona calva, de unos cien kilos de peso, con las cejas afeitadas y terriblemente deteriorada.  -Dios mío es Syd! – dijo Rick. Viendo que lo habían descubierto Syd salió del estudio rápidamente sin que nadie lo siguiera. Roger quedó llorando un largo rato después de haber visto por última vez a su viejo amigo, y aquella tarde con el grupo destrozado después de haber visto a Syd,  David Gilmour cantó «Wish you were here».

«Año tras año corriendo siempre el mismo viejo camino..¿ y qué hemos encontrado? Los mismos miedos de siempre. Cómo desería que estuvieras aquí. Ojalá estuvieras aquí»

Syd Barret (1946-206)

Syd Barret (1946-206)

 

Rick, Roger, Nick y David.

Rick, Roger, Nick y David: Pink Floyd

 

 

 

 

 

 

 

 

Pink Floyd. Wish you were here (1975)